Sea alabado y bendito Jesucristo r./. sea por siempre bendito y alabado.
Y con él sea bendita su Santísima Madre,
O dicho de otra forma, como lo hemos oído de las palabras de las Sagradas Escrituras y lo repetimos cotidianamente con piadosa devoción: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Jesús.
Estamos celebrando la solemnidad de Nuestra Señora Santa María, la Virgen de Guadalupe, a quien nuestra Iglesia canaria se gloría en tener por patrona, en cuyo espejo quiere mirarse para ser iluminada, con cuya luz quiere vivir para servir a su Esposo y Cabeza, con cuyo corazón quiere unirse para proclamar la grandeza del Señor, alegrándose en Dios nuestro Salvador. ¡Qué gozo contemplar a María y a la Trinidad Santísima reflejada en ella!
Quisiera con ustedes mirar todo desde una realidad: la gracia de la elección por parte de Dios.
1. Lo primero que invito a considerar, a mirar con los ojos de la fe, es la elección de María, como la celebramos en el día de su Purísima Concepción. Toda ella llena de gracia, no por el esfuerzo humano, no por un premio posterior a sus obras, sino por la gracia de la elección, del amor benevolente y eficaz de Dios, que antecede a todo.
No fue que María primero existió, hizo lo correcto, y luego Dios la eligió.
No. Antecede a todo el pensamiento de Dios y su elección gratuita: existe porque pensada y elegida y amada y santificada desde antes de la creación del mundo: la Agraciada.
Esta bendita elección, desborde de la libertad y misericordia de Dios la crea para un don sin medida: para Madre de Dios en la carne, para ser santa e inmaculada en su presencia, para ser glorificada en el seno de la misma Trinidad.
Por esta elección de gracia, de favor, de liberalidad, María es creada, María es destinada a la gracia y a la gloria.
- Elección de María y de la Iglesia
En esta realidad de la gracia de la elección de María y de la ejecución de esa elección, reconocemos el misterio de la Iglesia de Cristo. Iglesia significa asamblea llamada, elegida. La gracia de Dios es la realidad profunda de la Iglesia, a pesar de todos los pesares, con todas las posibles pobrezas y contradicciones. En ella, cada uno de los hijos de la Iglesia, de la Señora elegida, vivimos la realidad y sentido de nuestra existencia: participando de la gracia de la elección, del amor del Padre que todo lo funda en su propio beneplácito. Como lo oímos del apóstol en la carta a los gálatas: envió a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos la filiación adoptiva, para que seamos hijos de Dios.
Que él nos conceda su espíritu de sabiduría y entendimiento para creer en esta elección amorosa de Dios y dejando toda vanidad, entregarnos en las manos del Padre, a fin de que dejemos que haga su obra en nosotros como la hizo en María.
2. Esa elección antes de los siglos, se realiza en el espacio y en el tiempo, en la Iglesia y en cada hijo de Dios.
La Virgen de Guadalupe en el momento y lugar de su aparición es signo de la presencia geográfica y temporal, de la realización del plan de la gracia del Padre.
La presencia de la Virgen de Guadalupe en estas tierras orientales desde hace más de dos siglos y medio, con su imagen y en este lugar, es signo de ese amor de predilección de Dios realizado en María, presente en la Santa Iglesia, aquí y ahora. Esta Iglesia de Canelones, cada uno de sus hijos, en el misterio de la única Santa Iglesia Católica, se reconoce elegida, amada, santificada, conducida por la gracia y providencia de Dios, sacramento de salvación, signo e instrumento del designio amoroso del Padre, que quiere abrazar a cada uno según su propia elección y voluntad.
Por eso, nosotros, hoy asombrados y agradecidos, clamamos con Isabel: ¿de dónde a mí que me visite la Madre de mi Señor? Y con María respondemos: Proclama mi alma la grandeza del Señor se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.
3. Toda la historia de la realización de la gracia de este amor de elección que nos antecede y del que vemos participar plenamente a María con ella a la Santa Iglesia y en ella a cada uno de los elegidos, es posible por el designio del Padre de que su Hijo Eterno, sin dejar de ser Dios, asumiera consigo y en sí a la creatura.
El signo de la mujer virginal se realiza en el Emmanuel que de ella nace, Dios con nosotros, fuente de toda gracia (Is 7).
Al querer la Trinidad comunicar su gloria fuera de sí, el Padre pensó y decidió la gracia de la elección de la humanidad asumida en la persona de su Hijo único, nacido del Padre antes de todos los siglos, que de María Virgen se hizo hombre en la plenitud de los tiempos.
Él es el elegido y en él hemos sido elegidos, antes, ahora y por la eternidad.
Él es el Cordero predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por nosotros (1 Pe 1,20). Él es el sumo sacerdote capaz de compadecerse de nosotros, porque conoció nuestras debilidades. Él padeció por los hermanos para liberarnos de la esclavitud y el miedo. Él es el sumo sacerdote santo, que ofreciéndose a sí mismo nos introdujo en el santuario celestial. A Jesucristo el Padre quiere poner como cabeza de toda la creación (Ef.1,10); hemos sido creados por él y para él. En él fuimos elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia por el amor (Ef.1,4).
4. Así podemos comprender la novedad del sacerdocio ministerial, en la Santa Iglesia. Sabemos muy bien que toda gracia es participación de la elección de Cristo. Que toda gracia y don del Espíritu Santificador nos viene por él. Y él lo realiza por su cuerpo, la Iglesia, plenitud del que lo lleno todo en todo (Ef.1,23)
Para ello, según su designio salvífico, él ha tomado a varones dentro de su pueblo, que sean instrumentos suyos, signos de su gracia, medio de presencia y santificación.
El sacerdote no es nada: porque lo suyo propio es significar y predicar el llamado y el favor de otro, del Padre, que obra todo según el beneplácito de su voluntad.
El sacerdote no es nada: porque lo propio es ser instrumento de lo que él mismo no puede hacer por sus fuerzas: comunicar el perdón de Dios, predicar el Evangelio que es poder salvador de Dios, entregar la gracia del Espíritu Santo, que sólo Cristo entrega desde el Padre.
El sacerdote católico es un misterio grande, inconmensurable: este hombre es ‘sacramento’ personal, del actuar libre y generoso de Cristo. ¡Grandeza del sacerdocio de Cristo en su Iglesia! Obra lo que no puede obrar, produce lo que no puede producir. Es instrumento de la gracia del Espíritu.
Que tengamos que recibir la gracia de Dios, por medio de un acto humano, nos revela siempre, que no es cuestión de nuestro pensar y actuar, que no hay mérito ni derecho, sino un continuo don, dado en la humildad de la historia por el poder de Dios.
Hoy vivimos todos en esta Catedral, la intervención de Jesús Sacerdote y Cordero, que para llamar a muchos en su Iglesia, a la gracia de la elección según el designio del Padre, toma a un varón, miembro de su cuerpo, y lo consagra en propiedad como sacramento personal de su actuar salvífico.
La imposición de manos del obispo es inseparablemente signo e instrumento de la elección de Dios, del tomarlo el Señor para sí, de la consagración, y de la efusión del Espíritu Santo, que al imprimir el carácter sacerdotal, Marcelo, te toma entero, tu cuerpo, tu mente, tu libertad, para siempre, en la alianza nueva y eterna que Cristo selló con su sangre.
Por cierto este misterio de gracia debe realizarse en el tiempo y en el espacio, en la cotidianidad de la oración y de los sacramentos, en la predicación y la escucha, en el servicio aún tan terrenal de la economía, el gobierno, el cuidado de las cosas.
Apoyándose todo en la gracia de Dios, este servicio ha de ser vivido en la humildad de la oración perseverante, en la paciencia, en la perseverancia. Llevamos estos tesoros en vasos de barro, para que brille en ellos la única gloria de Dios.
El ser propiedad de Cristo, pone de manifiesto nuestra debilidad e indignidad, y, a su vez, la grandeza del don del Esposo a su Esposa, de la Cabeza a su cuerpo. De esta doble dimensión participa la vida del sacerdote católico.
Marcelo, haz de servir al Pueblo de Dios, a los hermanos, pero no para hacer su voluntad ni la tuya, sino para llevar a todos a la obediencia de la fe. Por ello, el sacerdocio católico en su ejercicio es participación del misterio de la obediencia de Cristo, que pasa en concreto históricamente, por la obediencia a la Providencia del Padre y por la obediencia a la Santa Madre Iglesia, en cuyo nombre ejerces todo ministerio.
El Santo Sacrificio Eucarístico contiene todo el bien de la Iglesia. Por la gracia del Sumo Sacerdote y Cordero serás instrumento suyo, en comunión con el obispo, para presidirlo y ofrecerlo por los pecados de vivos y difuntos, por la salvación del mundo entero.
Culmen y sentido de nuestra existencia fundada en la gracia del llamado gratuito del Padre, y por ello culmen y sentido de la Misa es la glorificación del Padre. Unido al Sumo Sacerdote que no buscó sino la gloria del Padre, con él y en él ofrécelo y ofrécete con él, para alabanza de la gloria de Dios.
Que María Santísima te acompañe en todo momento. Que su maternidad virginal engendre en ti al hijo de adopción, que por la unción del Espíritu, es consagrado como sacerdote de Jesucristo, a quien sea el poder, la gloria y la alabanza, por los siglos de los siglos. Amén.