Esta reunión de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil tiene para mí un significado especial, porque siento que es el cierre de una etapa. Tengo 66 años y, si bien todavía es “matemáticamente posible” que pueda volver a ser presidente de esta Comisión, espero que tomen la posta obispos más jóvenes que ya vienen o vendrán haciendo camino.
Por otro lado, no me despido de la pastoral juvenil que, gracias a Dios, tiene lugar y presencia en la diócesis de Canelones. Tal vez en alguno de estos años que me quedan como obispo diocesano podamos también recibir allí una Jornada Nacional.
Quiero, en primer lugar, expresar mi agradecimiento a Leonel, quien, como secretario ejecutivo, especialmente en estos tres últimos años, se puso al hombro y cargó el trabajo de la Comisión, con una gran generosidad y entrega y, cabe destacarlo, buscando siempre mantener la participación de los jóvenes en la Mesa Permanente y, por supuesto, en la Comisión.
En segundo lugar, quiero dar la bienvenida a Mons. Milton, que aceptó este encargo que le dimos los demás obispos. Estoy seguro de que él hará camino con la Comisión en esta experiencia que hoy podemos llamar sinodal que ha sido la Pastoral Juvenil en el Uruguay, desde el año 75 en que comenzó a conformarse, con asesores como el P. Jorge Techera, que está hoy en esta casa y al que algunos consideran un “monumento viviente”.
Bien. Escuchando las cosas que fuimos compartiendo a lo largo de la jornada, fui pensando qué decir, qué dejar como un mensaje final. Siento que me toca hablar como “anciano”, de los que van mirando las estrellas para que la barca no pierda el rumbo, como dijo en el sínodo de 2018 aquel joven de Samoa.
El camino o la navegación, para seguir con la imagen de la barca, tiene meta. Desde nuestra fe, nosotros podemos expresarla, por ejemplo, con palabras de san Pablo: “recapitular (o reunir) todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10) y “que Dios sea todo en todos” (1 Co 15,28). Caminamos, navegamos hacia un encuentro pleno y definitivo de la humanidad con Dios, Padre de Misericordia. Esa es la meta.
Entonces, quiero invitarlos, a cada uno y cada una de ustedes, no como miembros de la Comisión, sino simplemente como fieles cristianos, como hermanos y hermanas, invitarlos a mirar a tres estrellas, que, como las tres Marías, son una referencia fundamental en nuestra vida cristiana. Nada novedoso, pero nada que podamos decir que ya lo tenemos resuelto… Las tres estrellas de la fe, la esperanza y la caridad.
Mi primera invitación, entonces, es a profundizar la fe, nuestra fe cristiana. Empezar por abrirnos más y más al misterio de Dios, al misterio de Cristo, al misterio del ser humano, imagen y semejanza de Dios. Entrar en el misterio de la mano de la fe. Entrar por la oración, la adoración, la meditación de la Palabra de Dios.
Entrar también por el conocimiento de lo que la Iglesia enseña… cuando leemos a Francisco, tomémonos el trabajo de ver lo que cita, ver cómo él conoce y nos recuerda la enseñanza de sus predecesores, la enseñanza del Concilio Vaticano II y también el magisterio de las Iglesias en los distintos continentes… América Latina, especialmente, recordándonos el mensaje de Aparecida, pero también mensajes de las Iglesias de África, de Asia, de Oceanía, no solamente del mundo europeo. La fe no es solo un profundo sentimiento de confianza en Dios, de creerle a Él; la fe tiene también un contenido.
No podemos perder el Evangelio como referencia crítica, no solo para nuestra vida personal o la vida de la Iglesia, sino para discernir frente a todos los mensajes, discursos y proyectos que nos llegan y que a veces asumimos y tomamos por buenos, sin más. Recordemos de nuevo a san Pablo: “Examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1 Tes 5,21). Lo bueno, lo realmente bueno, muchas veces está escondido, está en el valor que en el fondo se está jugando y que tiene que ver con la dignidad y con la finalidad de la persona humana.
Cuando queremos compartir la fe hay un problema de lenguaje. San Juan Pablo II nos decía que la evangelización tenía que hacerse nueva, no en su contenido, porque “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Carta a los Hebreos …) sino nueva en su expresión, para que el mensaje pueda ser entendido hoy.
“Pascua”: una palabra que expresa lo que está en el centro de nuestra fe. Para muchos, totalmente extraña; no tiene ningún significado, no interesa… pero cuando, de repente, unos jóvenes se encuentran ante la muerte de otro joven, la Pascua de Cristo tiene mucho para decir.
¿Cuál es nuestro testimonio? ¿Qué es lo que hemos vivido? ¿Cuál es la experiencia de vida que podemos compartir, en la que comunicamos nuestra fe?
Mi segunda invitación es vivir la esperanza. Ser esperanza. Dar esperanza.
La frecuencia del suicidio de los jóvenes ha sido llamada “la otra pandemia”.
Escribiendo sobre depresión y causas de suicidio, decía un psicólogo que lo que lleva a la depresión es el juntar tres visiones negativas: una visión negativa de sí mismo, una visión negativa del ambiente, y una visión negativa del futuro. No valgo nada, no sirvo para nada; nadie me ayuda, no puedo contar con nadie, todos me rechazan… no hay futuro… entrar en ese pozo de negatividad y de dolor lleva a no ver otra manera de terminar con el sufrimiento que terminar con la propia vida.
Vivir, ser y dar esperanza es poder descubrir y transmitir el amor de Dios por cada uno de nosotros; descubrir y transmitir su presencia en este mundo; levantar la esperanza de que hay la promesa de una plenitud de vida, de una vida más allá, como bandera… una bandera que no sostenemos, sino que nos sostiene, nos anima y fortalece en el camino de esta vida, en medio de todas las contradicciones y adversidades.
Finalmente, y nada menos, la invitación a vivir la caridad, a vivir el amor.
“En todo amar y servir”. El amor es el que da sentido al servicio, el amor es el que hace la diferencia en las cosas buenas que hagamos. Engrandece el gesto más pequeño.
Y si no está el amor, aún los gestos más impresionantes, más heroicos pierden su valor. “Si no tengo amor, no soy nada” (otra vez san Pablo, …)
El amor no es un sentimiento que se queda en lo que siento, sino que se pone en obra, que se lleva a la práctica cada día.
Es desprendimiento y donación. Jesús lo lleva hasta el extremo: “dar la vida por los amigos” (…). Jesús se desprende, se desapega de su propia vida y la entrega para dar vida a los que ama.
Amar con desprendimiento y entrega de nosotros mismos es participar del amor de Jesús.
En su himno de la caridad, capítulo 13 de la primera carta a los corintios, san Pablo nos habla de las tres estrellas. Dice Pablo:
“Ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor.” (1 Co 13,13). “El amor no pasará jamás” (1 Co 13,8).
Las tres estrellas nos guían… pero el amor será finalmente la estrella única, la que envuelve y recibe todo, porque es el mismo amor de Dios, que se hará todo en todos.
Y en este camino, en esta navegación, hay una persona a quien también se le ha comparado con una estrella, Stella Maris, la estrella del Mar, la Virgen María. Miramos hacia ella como modelo de discípula, modelo de creyente, modelo de la Iglesia y a ella le encomendamos nuestro caminar y el de la Pastoral Juvenil. Así sea.
En cuanto empezamos a leer algo sobre la vida de Don Bosco, nos encontramos con el sueño que tuvo a los nueve años. Un sueño que marcó profundamente su vida y que lo llevó a poner su camino bajo la guía de Jesús y de su Madre. (1)Pensando en ese sueño tan especialmente inspirador, recordaba algunas canciones muy conocidas que también hablan de sueños… curiosamente, me encontré que más bien hablan de sueños, ilusiones, esperanzas que pueden quedar frustrados… La “Zamba de mi esperanza” habla del “sueño, sueño del alma / que a veces muere sin florecer…”. En “Río de los pájaros”, muy poéticamente se habla de “camalotes de esperanza / que se va llevando el río”.Por eso, muchas veces no queremos hacernos ilusiones; borramos nuestros sueños y bajamos nuestras expectativas y esperanzas. A eso le llamamos realismo.Sin embargo, es muy difícil vivir sin sueños y esperanzas. Sin ellos, la vida queda metida dentro de un pozo, en la penumbra o en la oscuridad… y cuando en esa situación no se ve una salida, entramos en la depresión.
Necesitamos los sueños que empiezan a darle forma a la esperanza. Don Bosco vio realizado su sueño y eso nos anima a soñar también nosotros.Pero ¿cómo fue posible que ese sueño se realizara?
Leyendo los primeros pasos del joven Juan vemos que la vida no fue fácil para él. El Martirologio Romano, que resume en forma muy breve la vida de los santos, no deja de mencionar que tuvo “una niñez áspera”. Perdió muy temprano a su padre. En su mundo no se valoraba la lectura y el estudio a los que él se sentía llamado. Se le hizo necesario buscar los medios para realizar lo que había soñado e hizo para ello muchos sacrificios. Trabajó desde temprana edad en los establos de la familia Moglia, a 8 km de su pueblo. Más tarde, estuvo pidiendo limosna para poder pagar sus estudios en el seminario de Chieri, donde empezó la educación secundaria.Entonces, una primera respuesta que podríamos dar a esa pregunta, cómo fue posible que el sueño de Don Bosco se realizara, la encontraríamos en su personalidad, su fuerza de voluntad, su espíritu de sacrificio, unido al apoyo de su madre y después de sacerdotes como san José Cafasso, que lo guiaron y aconsejaron.Si bien esto es cierto, estaríamos leyendo la vida de san Juan Bosco de una forma recortada, sin tener en cuenta una dimensión mucho más profunda. No se trata de un sueño de realización personal, de un proyecto individual. Tampoco se trata de algo que pertenezca únicamente a esta vida y a este mundo. Se trata de un sueño que lo llama a poner su vida en manos de Dios. No es el sueño de un niño para su propia vida, sino el sueño de Dios para la vida de ese niño, que se hará hombre y llegará a ser el santo cuya vida hoy recordamos y celebramos con el corazón agradecido.Es viéndolo desde esa perspectiva como podemos entender mejor porqué se realizó y se sigue realizando, el sueño de Don Bosco. Aquel sueño de niño, que él comprendió a su tiempo, encaminó su vida al servicio del proyecto de Dios, ubicó su vida en relación con el Plan de Salvación de Dios. De una manera especial, Dios le confió los jóvenes y, entre ellos, los jóvenes pobres, para que, por medio de la educación ofrecida, siempre con amor y suavidad, ellos pudieran desarrollar sus capacidades, vivir y trabajar dignamente y poner sus propias vidas en manos de Jesús y de María.San Juan Bosco supo dar su “sí” al proyecto de Dios. Y ese “sí”, en el que, sin quitarle libertad, ya estaba presente la Gracia de Dios, abrió el camino para que el Espíritu Santo trabajara y moldeara su corazón de “Padre y maestro de la Juventud”. Ese corazón del que sale este consejo, que él escribió para sus hermanos salesianos, pero que todos podemos recoger y asumir cuando debemos actuar como educadores:Decía Don Bosco en una de sus cartas:
“Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como nos conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.” (2)En resumen: soñar, actuar; ¡siempre amar!… y confiar en Jesús y María.
Damos gracias por la presencia, el testimonio y el servicio de la Familia Salesiana en nuestra diócesis. Confiamos a la intercesión de su fundador a todos sus miembros y pedimos al Señor que envíe a los Salesianos de Don Bosco y a las Hijas de María Auxiliadora, así como a los numerosos laicos y laicas que participan con distintos grados de compromiso, firmes y santas vocaciones que continúen haciendo realidad en el mundo de hoy el sueño que Dios tuvo para Don Bosco, sus hijos e hijas. Así sea.
(1) Fue el primero de 159 sueños que se conocen.
(2) De las cartas de San Juan Bosco, presbítero, (Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203). Oficio de Lecturas del 31 de enero.
Queridas hermanas, queridos hermanos:
Estoy aquí para acompañar a la comunidad de San Isidro de Las Piedras y al Padre Andrés Boone en el inicio de esta nueva etapa de la vida parroquial.
Al Obispo le corresponde en su diócesis nombrar a los párrocos. Dentro de instantes se va a leer ese nombramiento; pero conviene recordar que, antes de confiar de un modo particular al P Andrés el cuidado de esta comunidad, esta es una parroquia confiada a la congregación salesiana.
Es el P. Alfonso Bauer, el inspector salesiano, quien me presentó, a su tiempo, el nombre del nuevo párroco, quien ya hacía parte de la comunidad salesiana de Las Piedras como director del colegio. El P. Andrés ya ha ido asumiendo su nuevo servicio, en diálogo con su predecesor, el P. Mateo; sin embargo, estuvimos de acuerdo en que era bueno tener este momento de celebración en el que yo hiciera visible el vínculo de la parroquia y del párroco con la diócesis y con el obispo.
Este 12 de marzo se celebra la memoria de san Luis Orione. Esta mañana estuve en el santuario de la Virgen de Las Flores, en La Floresta. Don Orione fue alumno de Don Bosco. Es una feliz coincidencia. Pero hay otra.
En el año 1622, en un día como hoy, el Papa Gregorio XV canonizó a cinco santos, todos ellos muy importantes en la vida de la Iglesia. Cuatro de ellos habían muerto algunos años antes: san Felipe Neri, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier; el quinto, en cambio, era un hombre que llevaba ya algunos siglos siendo venerado por sus conciudadanos: san Isidro Labrador. Así pues, hoy se cumplen 400 años de la canonización del santo patrono de esta parroquia y de la ciudad de Las Piedras.
Qué momento más lindo para ponernos una vez más bajo el amparo de San Isidro y Santa María de la Cabeza, para que estos santos esposos velen por la vida pastoral de la parroquia.
Les decía -lo que ustedes saben bien- que esta es una parroquia confiada a la congregación salesiana. En un documento de la congregación que me ha acercado el P. Andrés dice que “la pastoral salesiana busca incluir todas las actividades ordinarias de sus parroquias junto al plan general de la pastoral diocesana, aunque se realicen según nuestro espíritu y en armonía con nuestro métodos y estructuras” (1).
Entonces aquí tenemos dos cosas importantes que tienen que caminar juntas:
Estamos en un tiempo en el que el papa Francisco nos invita no solo a reflexionar sobre la sinodalidad, sino a vivirla, a crecer como Iglesia sinodal. Sínodo, se ha repetido mucho en este tiempo, significa “caminar juntos”. Caminamos juntos como Pueblo de Dios: caminan juntos los miembros de un grupo, de un movimiento, de una asociación eclesial, de una comunidad educativa, los fieles de una capilla.
A su vez, todos ellos están llamados a caminar juntos como miembros de una comunidad parroquial.
Las 34 parroquias de la diócesis de Canelones, a caminar juntas como diócesis.
La arquidiócesis y las 8 diócesis del Uruguay, a caminar juntas como Iglesia que peregrina en este país; la Iglesia en el Uruguay, a caminar con la Iglesia en América Latina y el Caribe; y desde allí, con el Pueblo de Dios en todo el mundo.
Caminar juntos empieza desde abajo, desde la base, desde los pequeños grupos donde la gente se conoce personalmente y sube hasta la Iglesia Universal, construyendo ese cuerpo místico de Cristo. Ese cuerpo espiritual del que todos formamos parte, aunque no nos conozcamos, porque compartimos la misma fe.
¿Qué aporta una parroquia salesiana a esa marcha común? Aquí entramos en el carisma de San Juan Bosco, que da originalidad a la propuesta.
Me ha llamado la atención una expresión de Don Bosco referida a la parroquia, algo que él se planteó en Turín: crear una parroquia para los jóvenes sin parroquia.
Entonces, no se trata solo de atender una comunidad que ya está formada, que hay que mantener con la celebración de la Misa y los sacramentos, actividades de formación, etc. sino de una comunidad que va al encuentro de quienes están “sin parroquia”, es decir, de aquellos que no tienen lugar en ninguna comunidad cristiana, dando una atención, no excluyente, pero sí prioritaria a los jóvenes.
En 1887 Don Bosco redactó un reglamento para el buen funcionamiento de una parroquia salesiana, donde puso los temas que más le preocupaban:
Llevo poco tiempo en la diócesis de Canelones, pero conozco a la congregación salesiana desde hace mucho tiempo.
Fue un misionero salesiano, Don Spirito Scavini, enviado por Don Bosco a Paysandú, quien bautizó a mi abuela Isidora el 12 de abril de 1883, durante una de sus giras misioneras por la campaña del departamento.
Mientras yo estudiaba magisterio, viví cuatro años como pensionista en lo que fue el primer colegio del mundo que llevó el nombre de Don Bosco, en vida del fundador y autorizado por él, en el puerto de Paysandú.
Fui párroco en la capital sanducera y compartí muchos encuentros con los salesianos; lo que continuó en Salto, ya como obispo auxiliar. En Melo tuve que lamentar la partida de la comunidad salesiana… y en Canelones vuelvo a encontrar a estos hermanos que aprecio y valoro.
Con el P. Andrés nos conocemos desde nuestro tiempo de estudiantes en el Instituto Teológico del Uruguay.
En fin, solo espero que, con la ayuda del Señor, continuemos avanzando en el caminar juntos, haciendo crecer la comunidad diocesana, comprometidos todos en el anuncio del Evangelio a nuestro pueblo canario. Así sea.
Batlle y Ordoñez 579
(598) 4 3322568
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