Alabado sea Jesucristo r./. sea por siempre bendito y alabado.
y con Él sea la Virgen María bendita entre todas las mujeres.
Que Jesús nos conduzca al Padre, que nos haga ver las obras del Padre. Todo en la unidad del Espíritu Santo que es luz, que es consuelo y fortaleza en el combate, que nos sostiene en la santa esperanza, él que es el óleo de la verdadera alegría.
Hoy el Señor nos convoca por medio de su Santísima Madre, Nuestra Señora de Guadalupe, y con ella escuchamos la Palabra de Dios que nos ha sido proclamada.
A Ella, con Isabel, la reconocemos dichosa, bienaventurada, porque creyó en la Palabra de Dios, y así colaboró dejando que el Señor hiciera en ella grandes cosas, maravillas impensadas.
Ella elegida por Dios Padre desde toda la eternidad, cubierta por la sombra del Espíritu Santo, en humildad de obediencia de fe, dio carne al Hijo Eterno y Verbo de Dios, para que hecho carne, pusiera su morada entre nosotros, fuera él mismo el templo en que habita en plenitud la divinidad.
Cuando decimos, aquí, misterio, no hablamos de algo curioso, o de algo irracional. No, misterio es la realidad en su mayor altura y profundidad, anchura: la realidad en todos sus sentidos, que incluyen la realidad superior de Dios mismo, la Santísima Trinidad y su participación en la existencia humana: la creación, la redención, la vida eterna en el seno del Padre.
Así el misterio de la tan real María, desposada con José, Virgen y Madre de Dios, unida al misterio de Cristo, Dios y hombre verdadero, muerto y glorificado, nos abre al misterio del templo: la morada de Dios entre los hombres.
El templo es Jesucristo. El templo es María. El templo es la Iglesia de piedras vivas, como escuchábamos de boca del Apóstol,
Ella suscita en el pueblo de Dios la fe plena y verdadera, para reconocer y alabar las obras del Padre, para dejar obrar la gracia de Cristo en nosotros, para responder a la libertad de los hijos de Dios, movidos por el Espíritu Santo, en humildad, obediencia filial y entrega generosa. Fe en Dios que se revela en Jesucristo.
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Fe en Dios que nos ama, perdona y bendice. Fe en Dios que nos habla, nos llama a salir de estar encerrados en nosotros mismos, en nuestros devaneos y deseos, y, en cambio, abrirnos al llamado del Padre. Fe que es apertura al don de Dios y entrega confiada en el plan de Dios, que nos creó, nos redimió, nos perdona y santifica, nos conduce hacia el templo eterno de la Jerusalén celestial, verdadera visión de paz.
Aquí, en esta su casa, vivimos la presencia de la Virgen María, que desde el comienzo reúne a sus hijos, funda la ciudad y toda vida social, sostiene a las familias y a los pueblos.
La fe que no es una idea, una opinión, una proyección de nuestra voluntad, sino el contacto real con Jesucristo, el Hijo y Verbo, por quien todo fue hecho y que se
María, virgen y madre, contiene en su seno y da al mundo al verdadero templo de Dios vivo: Jesucristo.
Ella elegida por Dios Padre desde toda la eternidad, cubierta por la sombra del Espíritu Santo, en humildad de obediencia de fe, dio carne al Hijo Eterno y Verbo de Dios, para que hecho carne, pusiera su morada entre nosotros.
Santa María, como flor guadalupana de dulce bondad, nos congrega hoy en su casa, para que iluminados por la palabra de Dios
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